jueves, 28 de febrero de 2008

7.

Una mancha negra que surcaba los azulados cielos de pronto cayó fulminada al suelo. Con un ruido ahogado por las arenas, el buitre se situó junto a un montón de cuerpos de otros salvajes animales de las dunas.

El rojizo bangaa no tuvo tiempo de seguir mirando el montón, comenzó a apretar el paso cuando volvió a oír el ruido del cañón del arma de fuego disparándose. Una ráfaga de perdigones aterrizó muy cerca de su pie, desequilibrándole y elevando una pequeña nube de desértico polvo. Cuando se recuperó del traspié, reanudó de nuevo la carrera a lo largo de las arenosas colinas, fijándose en la pequeña figura que iba casi tan rápido como él.
Un pequeño moguri, de blanco pelaje ahora manchado por la frenética huida y rojiza bola lanzaba pequeñas zancadas con sus diminutas patitas, intentando seguir a duras penas los pasos del enorme hombre lagarto al que acompañaba, ayudado por las pequeñas alitas de murciélago que tenía a la espalda.

Una gran caída les devolvió a la realidad, mientras rodaban por las montañas de piedra pulverizada. Oyeron un último disparo, seguido de una blasfemia y de un chocobo que lanzaba un característico grito.
Poco a poco, los dos pícaros dejaron de rodar. El bangaa se levantó furioso y comenzó a gritar al tiempo que escupía la tierra que se almacenaba en su boca:

- Eresss un essstúpido, Lacklar – siseó furibundo- Teníasss que hacer que nosss persssiguieran para intentar matarnosss.
- Oye, yo no tengo la culpa, kupo. Si resulto tan atractivo y las mujeres me quieren, yo tengo que complacerlas, ¿o no, Shalishsask, kupo?
- ¿Y por ello tenías que hacer lo que no debías?- El bangaa ya se encontraba más relajado, cosa apreciable en su falta de redundancia en las eses. Cada vez que Shalishsask se exaltaba, comenzaba a redoblar la consonante, confiriéndole un timbre similar al de una gran serpiente.

Acto seguido, todo lo ocurrido en esos fatídicos días comenzó a arremolinarse en su mente:

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El calor del desierto apretaba, y las arenas quemaban los pies. Pero a pesar de ello no podían dejar de correr. Lacklar y Shalishsask iban gritando por el desierto, corriendo por las arenas mientras intentaban despistar a su perseguidor. El enorme clisosaurio rugía enfurecido mientras intentaba alcanzar con sus lentas zancadas a los dos insignificantes bichos que le habían molestado.

- ¿No había nada mejor que molessstar al reptil mientrasss comía? ¡Todo por tu culpa!
- ¡Oye, no es mi culpa que se tomara a mal mis insinuaciones sobre su peso, kupo! Seguro que su “clisosauria” también opinaba lo mismo, kupo.

Sin tiempo para discutir, el bangaa señaló unas pequeñas montañas de firme roca donde podrían despistar al gigantesco dinosaurio. Apretando el paso, llegaron a la sólida formación habitada por algunos lobos pequeños y unas cocatrices que huyeron despavoridas al ver acercarse a la enorme bestia verdosa.
Las estrechas paredes de piedra permitieron pasar a los aventureros en su lucha contra las fauces, al tiempo que impedían a estas traspasar el umbral rocoso. Con un fuerte rugido, el furioso clisosaurio lanzó una nube de arena, saliva y restos de carne que prácticamente envolvió al moguri y sepultó hasta la mitad al rojizo lagarto. Con una sonora risa, el pequeño ser de blanquecino pelaje salió de la arena gritando con alegría, mientras su acompañante resoplaba.
Saliendo de la arena, la singular pareja se adentró entre las formaciones.

- ¡Mira! ¿Aquello no es un campamento, kupo? – comentó el moguri, agitando la bola de su cabeza en un alegre cascabeleo- Podríamos comer y dormir, y llegar a Rabanasta mañana.
- No es mala idea… Acerquémonos.

El campamento únicamente consistía en seis tiendas de campaña montadas sobre la arena a la sombra de una gran palmera. El dueño era un comerciante hume barbado, de tez morena y cara de pocos amigos, aunque bastante alegre una vez se le convencía de las buenas intenciones. Con una voz bastante grave y áspera, habló a ambos:

- Bienvenidos. Me llamo Kahlsu, y soy un comerciante. Podéis pasar la noche aquí con nosotros; mañana nos dirigimos a un campamento mayor que habita en el interior del desierto. Pero os advierto, que mientras habitéis aquí, no podéis acercaros a mis sirvientas.

Con una desdentada sonrisa, levantó una mano para señalar a tres doncellas que atendían diversas labores: una joven viera, de suave piel bronceada y cortas orejas que sacaba agua de un cercano pozo; una hume de corta edad que recogía unos frutos que había por el suelo cercano a la palmera, y una seeq que preparaba una gran olla. Con una gran sonrisa, el moguri agradeció la hospitalidad, y se dirigieron a su tienda.
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El bangaa no podía dormir. Su compañero había salido hacía mucho rato, y no sabía nada de él. Sin preocuparse en exceso, se dio media vuelta dispuesto a conciliar el sueño, cuando unas palabras ahogadas le llegaron: “Kupoo, kupooo, kupooo… ¡Copóooooooooooooooooooooooooooon!”, tras las cuales vino un sonoro golpe y unas enormes risas y gemidos.
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Lo siguiente que el bangaa recordaba era la persecución con el trabuco y la caída por la colina.

- Tenías que acostarte con una sirvienta…-dijo Shalishsask con voz queda y entrecortada. El moguri continuaba sacando arena de su oído, y sólo llegó a captar un “…dido enfermo”- Al menos dime que no fue con la seeq.

Todo el moguri enrojeció de pronto, desde la punta de sus pies hasta la bola que ornaba en su cabeza. “No es mi culpa el que me gusten mayores que yo” dijo con una risa el moguri.

Sin tiempo para risas, un rugido enorme les sacó de su ensimismamiento. Bajo ellos, el gigantesco dinosaurio rugía furioso contra aquellos que violentamente habían aterrizado en su espalda.
Sin tiempo para nada, nuevamente los dos aventureros volvían a correr por el desierto, igual que al principio.

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