jueves, 28 de febrero de 2008

1.

- Deberíamos dar media vuelta – señaló Valet, un joven moguri cubierto por una enorme armadura de hierro -. Los chocobos son torpes aquí, kupó.

No se habían percatado de que la pradera de Giza se encontraba en época de lluvias, y habían tomado el camino equivocado para llegar hasta Rabanasta. La mayoría de caminos que conocían estaban ahora inundados, y había demasiados monstruos ocultos bajo esas aguas que podían salir de un momento a otro. Y no les convenía luchar.

- Andreus, ¿cómo te encuentras? – preguntó Esmeralda, una hume delgada y rubia, a otro hume que iba a lomos del mismo chocobo que ella.

- Me siento débil – respondió Andreus tosiendo.

- Tenemos que llegar antes de que el veneno le afecte del todo, kupó – dijo Valet.

- Pero… no hemos terminado la misión… - murmuró el herido -. Y en el clan no están muy contentos con nosotros.

- La misión la podemos hacer en otro momento – respondió Esmeralda con voz firme -. Sin embargo, un miembro caído les importará más que un mero retraso.

- Vale, tomaremos otra ruta – dijo Valet sacando un mapa -. El camino más rápido es el que nos llevaría por el desierto de Dalmasca Oeste, kupó.

- Ese no lo tomamos en principio porque hay tormentas de arena, ¿no te acuerdas? – replicó Esmeralda -. El desierto de Dalmasca Este da un poco más de rodeo, pero no tendremos ningún problema en seguir ese camino.

- Kupó – añadió Valet afirmando con la cabeza mientras guardaba el mapa, ahora mojado por la lluvia.

Bordearon los límites de la pradera de Giza esperando llegar pronto al desierto. Iban a paso lento, y aún así, los chocobos resbalaban con frecuencia. De no ser porque eran propiedad del clan y porque Andreus no se tenía en pie, los hubieran dejado allí y hubieran continuado caminando.

Pudieron notar una ola de calor poco antes de ver el desierto en el horizonte. También pudieron ver a un grupo de cinco jinetes que iban en dirección opuesta.

- No… - murmuró Valet cuando pudo reconocerlos -. Son del clan “Alas Rojas”, kupó.

- ¿Qué? – gritó Esmeralda sobresaltada -. ¡Debemos escondernos!

- Maldita guerra de clanes… - dijo Andreus cambiando de posición -. Si nos ven no dejarán que lleguemos a Rabanasta.

- Desde luego, en el clan “Ascensión” no les importará que no hayamos hecho la misión si conseguimos huir de ellos – añadió Esmeralda buscando alguna cueva a su alrededor.

- ¡Libra! – gritó Valet -. Tres humes, un bangaa y un seeq… Muy fuertes… Y nos acaban de ver, kupó…

Ordenaron a los chocobos ir todo lo rápido que la arena les permitiese. No debían mirar atrás, sólo seguir una ruta fija que ya conocían. Parecía que tenían oportunidades de escapar y sólo podían esperar que no hubiese más de ellos ocultos por el camino.

El clan “Alas Rojas” estaba en guerra con el clan “Ascensión” desde que Vayne subió al poder. La diferencia que tenía esta lucha con el resto de conflictos entre clanes era que la mayoría se podían solucionar acudiendo a los jueces. Sin embargo, el clan “Alas Rojas” contaba con el apoyo de éstos, por lo que cualquier solución pacífica era inútil: siempre saldrían ganando.

- Dividámonos, kupó – propuso Valet -. Tú llega con él a Rabanasta, yo procuraré distraerles, kupó.

Valet se paró y esperó a que los jinetes pudieran verle para correr en dirección al arrabal de Nalbina. Esmeralda estaba tan atemorizada que no pudo decirle nada a su compañero, se limitó a intentar cabalgar más rápido para llegar lo más pronto posible.

Pudo darse cuenta de que Andreus había perdido la consciencia hacía un buen rato, pero por lo menos podía notar que estaba vivo todavía. De no haber sido por la aparición de los “Alas Rojas”, podría haberse dirigido primero al arrabal de Nalbina a curar a Andreus y posteriormente acudir a la sede del clan “Ascensión”. Sin embargo, el único refugio posible para ella era Rabanasta.

- Ya estamos llegando – dijo para sí misma, como si ese mensaje pudiera darle unas últimas fuerzas.

Al fin vio el resplandeciente cristal azulado junto a la puerta este de la capital. Se bajó a toda prisa del chocobo y llevó a su compañero hasta él. Tardaría semanas en recuperarse, pero al menos el contacto con el cristal haría que pudiera mantenerse con vida.

Bastante gente se acercó a curiosear, y los jueces intentaron mantener el orden. Uno de ellos agarró a Esmeralda del brazo y le condujo hacia la ciudad.

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