miércoles, 30 de abril de 2008

Poderes de administrador

Como ahora mismo estamos cuatro personas en Rutas de Ivalice, os he dado poderes a todos. ¿La razón? Supongo que yo solo no puedo llevar la página, además de no ser la persona adecuada para ello. Eso le correspondería más a Sinh o a Will'o-the-wisp, por ejemplo.

Por ello, y porque no puedo hacerlo funcionar muy bien, os he acabado dando poderes. Si ahora alguien sabe meter un ShoutBox, me hace un gran favor xDD

jueves, 28 de febrero de 2008

10.

Mientras que el hombre de la larga melena se teletransportaba a Bhujerba, Setzelk justamente acababa de aparecer junto a sus compañeros por la puerta sur de Rabanasta, con su enorme espada a la espalda, una joven hume de más o menos su edad, pelo un poco corto y castaño, dos vieras, ambas casi gemelas, un moguri y dos bangaas hermanos de color verde, cada uno armado de una manera distinta, aunque Setzelk era el que más cantoso resultaba a su lado: A pesar de que la hume fuera armada con una ballesta muy grande, y con hermosas ropas para el desierto, casi translúcidas, una de las vieras con una katana resplandeciente que llevaba en la mano, y una cota de mallas muy pesada, la otra llevaba un rifle, el moguri… desarmado completamente. No llevaba armas a la vista, e iba vestido como si fuera a darse un paseo por la ciudad. Uno de los bangaas llevaba una lanza, una alabarda concretamente, un poco oxidada por el paso del tiempo, pero bien afilada, preparada para despedazar a cualquier enemigo que se topen y por último el hermano de éste, un arco, arma muy poco común entre aquella raza de reptiles humanoides.

-Setz, ¿Qué quieres que hagamos aquí? ¿No íbamos a ir a llevárnoslo de la prisión arcadiana?-Preguntó la chica humana

-Sí, pero tengo unos asuntos pendientes con ciertas personas.-Contestó sencillamente.-Además, tenemos tiempo, pero hoy estaremos volando en algún barco volador, ya verás, Ahana. Además seguro que os gustará lo que voy a hacer hoy.-Dijo mientras echaba a andar y sus compañeros lo seguían en silencio. A medida que iban acercándose a la pradera, empezaron a aparecer las típicas criaturas de Giza como los pequeños conejos rondando por allí alegremente. Setzelk sonrió levemente al verlos, ya desde pequeño aquellas criaturitas le hacían gracia. Las que no le hacían ni pizca de gracia eran las mortíferas cocatrices, y menos si eran salvajes. Pronto llegaron al pequeño poblado nómada sin incidente alguno, sin embargo Setzelk no dejó de andar, aunque los otros compañeros se detuvieron un poco:

-Setzelk, descansemos un poco…

-No.-Respondió secamente.-No llevamos ni una hora caminando, y tengo que llegar allí antes de que anochezca, o nos perderemos el espectáculo.

-¿Espectáculo dices kupó?-Preguntó el moguri-¡Fuegos artificiales!-Exclamó alegremente

-No precisamente.-Dijo mientras volvía a andar. De nuevo, un silencio muy tenso se volvió a crear entre los compañeros, aunque no hubo queja alguna. Salieron del pequeño poblado, mientras unas hienas cobardes no se atrevían a atacarles por la superioridad numérica que ellos tenían. Tras una hora de camino, llegaron a una vasta extensión llamada “Campo de Ozmón”, donde Setzelk se separó un momento del grupo:

-Esperadme, ahora vuelvo…-Se fue unos metros más hacia al lado de unas rocas, que parecían una cueva mientras desenfundaba el espadón y gritaba:-¡Eh perezosos! ¡Despertad, despertad!-Empezó a dar golpes contra las paredes con el espadón mientras se oían como una especie de “Kwé” en el interior de la cueva, y se oyeron muchas pisadas pesadas. La humana se acercó seguida de los dos bangaas con curiosidad, mientras se oían las pisadas de más cerca. Lo último que pudieron ver fue que Setzelk esbozaba una sonrisa de satisfacción, cuando tres aves enormes de plumaje negro salían corriendo de la cueva, mientras Setzelk se guardaba el espadón en la espalda a toda velocidad y se montaba en plena carrera sobre los lomos de uno de los chocobos. El pájaro corría como un condenado, y daba saltos como si quisiera volar. Setzelk pegaba gritos de entusiasmo mientras dirigía al animal y reía muchísimo, sin caerse, aunque se balanceaba de un lado a otro por causa de los giros y saltos del chocobo, mientras volvía junto a sus compañeros, dando vueltas, hasta que el animal se cansó y dio por vencido. Aún encima del pájaro, se acercó a sus compañeros, aunque el animal se encabritó un poco, sin embargo el guerrero consiguió calmarlo con un movimiento de su cabeza. Las dos vieras estaban levantadas y con las armas preparadas para reaccionar si el chocobo negro se volvía agresivo.

-Setzelk, es peligroso, baja, son animales muy rebeldes-Advirtió una de las vieras

-¡Qué va! ¡Una vez se rinden son más mansos que un conejo de Giza ante una zanahoria!-Exclamó el joven mientras bajaba. Sin embargo el chocobo no se movió a pesar de no estar domado.- ¿Véis?-Ahana se acercó con precaución seguida de los dos hermanos bangaa.

-Ssssssstezelk, essssso podría haber ssssssido muy peligrosssssso casssssi un sssssuicido…

-A ver Tanuno, no, no hay problema, te estoy diciendo que es manso del todo.

-¿Llevas mucho tiempo domesticándolo, kupó?-Preguntó el moguri, curioso

-Hombre… un poco de tiempo, como un mes.-Ahana le empezó a acariciar el plumaje al chocobo.

-Qué bonito… cuando no están por la labor de picotearte vivo son muy majos. ¿Y cómo sabes que es el mismo que has estado entrenando todo este tiempo?

-Tiene una marca en la pata izquierda, una cicatriz.-Ahana miró la pata izquierda, pudiendo ver cómo una sutura surcabaun pequeño trozo de la pierna.-Se la hice hace tiempo, sin darme cuenta durante un encargo. Lo curé y bueno, digamos que se ha encariñado conmigo… cosa muy rara en un chocobo de su especie.-Empezó a caer el sol por detrás de las montañas. Setzelk maldijo:-¡Mierda! ¡Se nos ha hecho muy tarde! ¡Rápido, al poblado de los gariff, allí podremos teleportarnos a Rabanasta y coger el primer vuelo a Arcadis.-Los compañeros echaron a andar, mientras el chocobo se iba corriendo a otro sitio. Setzelk no pudo contenerlo y salió disparado en sus lomos, intentando frenarlo mientras le gritaba:-¡Maldito pajarraco! ¡Venga, que llevo un mes entrenándote y tú aún no sabes acatar órdenes! ¡Párate!-Sin embargo el chocobo seguía corriendo dando sus característicos sonidos. Setzelk no pudo contener más el equilibrio y cayó de su montura, dando varias vueltas en el suelo. Tanuno, su hermano y Ahana se acercaron corriendo a socorrerlo. Sin embargo, Setzelk se levantó, no sin esfuerzo, pero se levantó, rechazando la ayuda de sus amigos. Mascullando palabras por lo bajo, se fue caminando junto a los miembros de su clan, camino del poblado. Llegaron, de nuevo sin problema alguno. Ahana apoyó la mano en el hombro de su compañero:

-Si te sirve de consuelo, has hecho lo que ninguno de nosotros podría hacer, haber montado en ese pájaro.

-El problema es que es un animal incoherente.-Dijo Setzelk de mala gana. Una voz llegó a sus espaldas:

-¡Kupopóooooo! ¡Esperadme, maldita sea!-Era el moguri, que se había retrasado por causa de sus pequeñas patas. Los dos bangaas dieron una sonora carcajada, aunque Alhana y Setzelk procuraban no mostrar que aquello les hacía gracia. Pero las vieras, parecía que ni siquiera se inmutaban. Setzelk se sacó una pequeña piedra de la bolsa mientras se la lanzaba al moguri alcanzandola en el aire:

-¡Funo, cógela, nos vemos en el aeródromo!-Setzelk cogió la mano de una de las vieras y Alhana mientras le decía:

-Toca la piedra, Aleera.-Aleera tocó la piedra mientras un resplandor los rodeaba y aparecían en el cristal de Rabanasta. Aunque tuvieron la muy mala suerte de que los dos bangaas y la viera restante les cayesen encima, aplastándolos, y por último cayó el moguri encima de la montaña de cuerpos sentado.

-¡Kupó! ¡Vaya cosa, pareceis saltimbanquis!-Setzelk vociferó:

-¡Maldita sea, quitaos de encima, que perdemos el vuelo!

9.

- ¿Qué os han hecho, camaradas acuáticos? ¡Yo os vengaré!
- ¡Maldita sea, Fluss, deja de hacer el tonto! Sólo son cangrejos, no creo que estén tan turbados como para asesinar a dos chavales.
- ¡Les han ultrajado! ¡Han mancillado su honor, como criaturas del agua! ¡Del agua, entiendes! Son iguales que yo, seres nacidos del agua y… ¡No me fastidies, Krankheit!


Los cangrejos comenzaron a correr por la ribera del río sobre sus rojizas patas, lanzando burbujitas mientras la figura encapuchada les lanzaba patadas ciegas. Unos bufidos bastante graves atravesaban la negra capucha que envolvía al ser que pateaba a los crustáceos. La otra figura se quitó la capucha, mientras lanzada un sordo quejido al cielo iluminado por las estrellas. El brillo de los luceros iluminó parcialmente el joven rostro del hume: tenía el pelo de un color bastante claro, semejante al blanco, corto y de punta. La frente daba paso a unos ojos de un fuerte tono azul eléctrico que parecía congelar con solo aguantar la mirada. Una nariz continuaba la procesión de rasgos, redondeada y pequeña, seguida de una boca siempre cubierta por una risa de pequeños labios.
La túnica no dejaba ver el resto de su cuerpo, aunque éste parecía delgado y bastante alto. Seguramente el joven no tuviera más de 20 años.

Acercándose a él, la otra figura comenzó con otra retahíla de insultos, y le reprochó severamente:


- Maldita sea, Fluss, maldita sea… Tenemos que encontrar al tipo ése, o Monique se enfadará bastante… Ya sabes que no conviene cabrearla, maldita sea.
- Deja ya de maldecir, me pones nervioso. Seguramente ya no esté en el desierto; han pasado horas desde que encontramos al “Espíritu de Fuego” muerto, y no creo que tengamos mejor suerte con el “Espíritu de Hielo”.
- Monique nos lanzará ese “precioso regalito” nuevo si no conseguimos ninguna pista nueva… - dijo con voz grave y ronca, utilizando un tono mezcla de advertencia y amenaza.
- ¿Mientras buscamos, puedo sacar la botella de Viva Bhujerba?
- ¡Maldita sea, Fluss! ¡Pero si te emborrachas con el agua!
- Irónico, ¿no crees?


Las dos figuras volvieron a recorrer el desierto, bajo sus negras túnicas, en la oscuridad de la noche.

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La bulliciosa ciudad de Rabanasta refulgía bajo un sol de justicia. El comercio atraía a multitud de personas de todas las razas, formas y condiciones posibles, que solamente buscaban la mejor oferta en pescados traídos desde la Costa de Fon, o regateaban para luchar en la puja por unas rarezas imperiales. Todo el mundo se agolpaba y se empujaba para poder acceder a los ansiosos mercaderes de ojos brillantes ante la visión del oro.

Un hombre de larga melena rubia y trenzada perilla paseaba entre la multitud, abriéndose camino con cierta dificultad.

Un seeq bastante desagradable y maloliente le derribó contra un charco de barro, a la par que se rascaba el trasero y lanzaba un gruñido de enfado, como si se sintiera ofendido por el golpe propinado contra el hume.

El hombre se levantó, y se dirigió a una pequeña fuente con forma de exóticos peces de bocas abiertas que lanzaban chorros, con intención de lavarse.
El traje nuevo le había salido bastante caro: sus pantalones de cuero negro, y su camisa de tela negra eran dos prendas bastante extrañas en una región desértica, debido al inmenso calor que producían. Complementando estas prendas, unas grandes botas con acero, un cinturón de plateada hebilla y unos guantes negros que dejaban ver las palmas y los nudillos de la mano eran las piezas que conformaban el atuendo. Sobre ellas, aun reposaban algunas piezas de armadura: la mano izquierda estaba resguardada bajo un ornamental guante de afilados rasgos acerosos, con grabados arcanos, mientras que de la espalda reposaba una gran espada sujeta con una poderosa vaina atada con un cinturón enorme que atravesaba el pecho.

El agua corría cristalina, limpia y clara, cubierta de suaves ondas armónicas que las gotas provocaban al caer sobre la superficie líquida. En el suave bamboleo de las pequeñas olas, Barragen Coldberg pudo ver su rostro:
Todo el polvo que cubría su cara había desaparecido bajo las mareas del agua y el jabón, y ahora mostraba un rostro algo marcado por el tiempo y la estancia en prisión, aunque bastante mejorado después de una larga comilona que necesitaba hacía tiempo. También el cuerpo había notado mejoría después del banquete; ahora sus extremidades ya no le fallaban tanto al no tener energía con la que alimentarse.
El pelo, anteriormente revuelto y enmarañado, ahora era una melena que llegaba hasta los hombros, con un color rubio intenso que resaltaba los grandes ojos azulados.
En la barbilla, una pequeña barbita descendía formando dos trenzas que le daban un aspecto bastante extraño al sujeto.

Barragen había tenido mucha suerte: había logrado escapar, había conseguido unos cuantos premios del soldado al que cogió prestada la armadura, y también había obtenido suficiente vendiendo la propia armadura como para cambiar su aspecto. La coraza imperial estaba muy bien valorada en el mercado, y junto con los numerosos guiles que el soldado llevaba en una bolsita, el guerrero había podido vestirse, comer bien e incluso hacerse con unos cuantos objetos que le serían útiles en su viaje a Bhujerba. Tras eso, continuaría con un largo peregrinaje, hasta el lugar que fuera preciso.
Se limpió el trozo de pantalón que se había ensuciado, y se lavó el sudor que le caía por la frente.

Armado con una gran espada en la espalda, sabía que sería peligroso permanecer allí mucho tiempo; sin embargo, se había visto obligado a viajar allí debido a su falta de fuerzas. También imaginaba que podían estar buscándole o siguiéndole, y no sólo los soldados. Quizás también le buscaba algún clan.

Se puso de pie, y se dirigió a trompicones y golpes con la multitud hasta un cristal anaranjado que daba paso a una amplia extensión conocida como la Pradera de Giza. Desde su posición, podía ver unos conejos salvajes saltando alegres por el valle, ajenos al inmenso lobo que estaba situado tras ellos, acechante bajo las altas hierbas dispuesto a saltar en el momento preciso.
Sacando una pequeña bolsita de cuero de un bolsillo de su pantalón, Coldberg extrajo una pequeña piedrecilla que brillaba siniestramente con tonos cálidos y resplandecientes. Bhujerba quedaba lejos, pero no le costaría nada llegar a un sitio en el que ya había estado gracias a las teleportitas.

8.

-¡Te julo que he visto un Clisosaurlo plelsiguiendo a dos mamarrrrachos!
-Que si, que te creo. Anda deja de beber ese asqueroso anís de molbol, estás borracho.
-¡Borrrasa tu madre!

Dos humes jóvenes estaban sentados a la luz de una hoguera bebiendo de una mugrienta petaca. Era de noche y la luna se elevaba lentamente sobre el horizonte del largo río.
Eran dos chicos aburridos del monótono desierto y cansados de trabajar con sus padres así que cogieron lo primero con alcohol que vieron, unos muslos de lobo y se fueron a cenar fuera de casa.

-Ya verás cuando te vea tu padre así-dijo el más sobrio de los dos.
-¡Qué le jodann a mi padle, Jäger!-gritó el otro balanceándose-¿Sabess qué le diré cuando vuelva? Que me voy a Rlabanasta a vivirl mi vida, estoy halto de vivir aquí.
-No digas tonterías, aquí no vives mal del todo Landwirt-intentó calmarle-Tienes una casa, comida y una hermana que está como un queso.
-¡Veste a la mielda, hablass igual que él!- le contestó intentando ponerse de pie-Me voy a mearrl.

Landwirt se dirigió a la orilla haciendo eses y arrastrando los pies torpemente. Jäger no pudo contenerse una carcajada, a pesar de que su amigo estaba borracho como una cuba, sobre todo cuando cayó de morros en la arena una vez.

-¿Qué os pasa?¿no sois animales de agua?- hablaba a unos cangrejos mientras orinaba-¡Morid hijos de puta, soy el puto amo, esstoy por encima de vosotros!
-Landwirt ¿qué haces?-le gritó a su comprañero al ver que hablaba solo.
-Mear a unos cangrej…¡Ahhh!-gritó súbitamente.

Un cangrejo le había agarrado y apretaba con fuerza en el dedo gordo de su pie. Con lo borracho que iba pegó un salto del dolor y cayó redondo a la húmeda arena. El cangrejo, como si estuviese satisfecho, soltó el dedo y se fue a una roca lentamente. Con su orgullo herido, Landwirt corrió hacia la hoguera que habían montado, cogió un palo a medio quemar y volvió a la roca por la que el cangrejo se había escondido.

-¡Vamos sal si te atleves!-decía atizando la porosa piedra con el palo-A mi nadie me hace daño y se va de rlositass.
-Va Landwirt deja eso y volvamos a casa-dijo Jäger comenzando a andar hacia el campamento con los ojos rojos de sueño.
-¡Jäger, espera, no te vayas!
-Nooo, habertelo pensado antes de batirte en duelo con ese cangrejo.
-¡Joder Jäger ven! Aquí hay un tio medio muerto.

Al oir esas palabras Jäger se lo tomó como otra broma de mal gusto pero al girar la cabeza vio a un hume adulto en la orilla del río, mecido por las pequeñas olas.

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-¡Padre, está despertando!

Poco a poco fui recuperando el sentido. La luz de un candil me hacía daño en los ojos. Tenía un tremendo dolor de cabeza y no sabía dónde estaba.

-Eh chico, ¿qué tal estás?-me preguntó un hombre adulto.

Tenía una gran nariz, una oscura barba de un mes al menos y unos ojos marrones. Poseía una gran musculatura y llevaba un delantal metálico atado al cuello.
Yo estaba en una mullida cama, pegado a las sábanas por el sudor y a parte de aquél hombre había dos chicos a cada lado del camastro. A la izquierda había una pequeña mesa con una palangana y unos trapos mojados.

-No te muevas, has perdido mucha sangre-me dijo aquél hombre de amplia nariz.
-¿Dónde estoy?-pregunté yo aturdido.
-Mi hijo y su amigo te encontraron en la playa y te trajeron aquí. Tenías un corte en el vientre y lo he curado como he podido.

Antes de que él acabase la frase me llevé una mano cerca del ombligo y noté una línea que me atravesaba desde el estómago hasta el pecho. Presa del miedo me levante pero los músculos del barbudo me apretaron con fuerza. Intenté liberarme pero fue inútil, de un codazo tiré la palangana y el agua que había dentro es esparció por el suelo y sin querer pegué un puñetazo a uno de los chicos. Cuando al fin me calmé caí desplomado sobre el colchón de puro cansancio y respiré hondo.

-Perdone- intenté disculparme-no se qué me ha pasado, perdona por el golpe chico.
-No importa-habló de nuevo el adulto-Se la merece, a ver si así se despeja de la borrachera-dijo echando una mirada fulminante a su hijo-¿Qué hacía en la playa así?
-No sé-una niebla cubría mis recuerdos- No me acuerdo de nada. Salvo que…-dije cuando un recuerdo vino a mi mente-Dejadme un espejo por favor.

Un chico abrió un cajón de la mesilla y sacó un trozo de espejo con las aristas romas y me lo dio en la mano. Me miré rápidamente: Mi lisa melena negra, ahora revuelta por el sudor, mis pequeños ojos marrones, una cicatriz en el carrillo derecho que me hice de pequeño…No tenía heridas en mi cara, pero había algo que faltaba. Me palpé el cuello y me entró el pánico.

-¡Mi collar!-grité desesperado-¿No tenía un collar cuando me encontrastéis?
-Me temo que no señor.
-Debo irme-dije incorporándome de nuevo. Pero los puntos de la herida se me abrieron y me retorcí del dolor.
-¡Quieto chico! Vas a terminar matándote tú sólo. Quédate por lo menos esta noche aquí. Mañana podrás irte.


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-Así que te vas de verdad.
-Sí, debo encontrar ese collar, es muy importante.
-No puedo retenerte aquí, cada uno elige su propio camino.
-Algún día te devolveré el favor.
-No tiene importancia, a un herido siempre hay que atenderle. Por cierto, no me has dicho tu nombre.
-Ouragan, mi nombre es lo único que puedo darte por ahora, espero que volvamos a vernos.

7.

Una mancha negra que surcaba los azulados cielos de pronto cayó fulminada al suelo. Con un ruido ahogado por las arenas, el buitre se situó junto a un montón de cuerpos de otros salvajes animales de las dunas.

El rojizo bangaa no tuvo tiempo de seguir mirando el montón, comenzó a apretar el paso cuando volvió a oír el ruido del cañón del arma de fuego disparándose. Una ráfaga de perdigones aterrizó muy cerca de su pie, desequilibrándole y elevando una pequeña nube de desértico polvo. Cuando se recuperó del traspié, reanudó de nuevo la carrera a lo largo de las arenosas colinas, fijándose en la pequeña figura que iba casi tan rápido como él.
Un pequeño moguri, de blanco pelaje ahora manchado por la frenética huida y rojiza bola lanzaba pequeñas zancadas con sus diminutas patitas, intentando seguir a duras penas los pasos del enorme hombre lagarto al que acompañaba, ayudado por las pequeñas alitas de murciélago que tenía a la espalda.

Una gran caída les devolvió a la realidad, mientras rodaban por las montañas de piedra pulverizada. Oyeron un último disparo, seguido de una blasfemia y de un chocobo que lanzaba un característico grito.
Poco a poco, los dos pícaros dejaron de rodar. El bangaa se levantó furioso y comenzó a gritar al tiempo que escupía la tierra que se almacenaba en su boca:

- Eresss un essstúpido, Lacklar – siseó furibundo- Teníasss que hacer que nosss persssiguieran para intentar matarnosss.
- Oye, yo no tengo la culpa, kupo. Si resulto tan atractivo y las mujeres me quieren, yo tengo que complacerlas, ¿o no, Shalishsask, kupo?
- ¿Y por ello tenías que hacer lo que no debías?- El bangaa ya se encontraba más relajado, cosa apreciable en su falta de redundancia en las eses. Cada vez que Shalishsask se exaltaba, comenzaba a redoblar la consonante, confiriéndole un timbre similar al de una gran serpiente.

Acto seguido, todo lo ocurrido en esos fatídicos días comenzó a arremolinarse en su mente:

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El calor del desierto apretaba, y las arenas quemaban los pies. Pero a pesar de ello no podían dejar de correr. Lacklar y Shalishsask iban gritando por el desierto, corriendo por las arenas mientras intentaban despistar a su perseguidor. El enorme clisosaurio rugía enfurecido mientras intentaba alcanzar con sus lentas zancadas a los dos insignificantes bichos que le habían molestado.

- ¿No había nada mejor que molessstar al reptil mientrasss comía? ¡Todo por tu culpa!
- ¡Oye, no es mi culpa que se tomara a mal mis insinuaciones sobre su peso, kupo! Seguro que su “clisosauria” también opinaba lo mismo, kupo.

Sin tiempo para discutir, el bangaa señaló unas pequeñas montañas de firme roca donde podrían despistar al gigantesco dinosaurio. Apretando el paso, llegaron a la sólida formación habitada por algunos lobos pequeños y unas cocatrices que huyeron despavoridas al ver acercarse a la enorme bestia verdosa.
Las estrechas paredes de piedra permitieron pasar a los aventureros en su lucha contra las fauces, al tiempo que impedían a estas traspasar el umbral rocoso. Con un fuerte rugido, el furioso clisosaurio lanzó una nube de arena, saliva y restos de carne que prácticamente envolvió al moguri y sepultó hasta la mitad al rojizo lagarto. Con una sonora risa, el pequeño ser de blanquecino pelaje salió de la arena gritando con alegría, mientras su acompañante resoplaba.
Saliendo de la arena, la singular pareja se adentró entre las formaciones.

- ¡Mira! ¿Aquello no es un campamento, kupo? – comentó el moguri, agitando la bola de su cabeza en un alegre cascabeleo- Podríamos comer y dormir, y llegar a Rabanasta mañana.
- No es mala idea… Acerquémonos.

El campamento únicamente consistía en seis tiendas de campaña montadas sobre la arena a la sombra de una gran palmera. El dueño era un comerciante hume barbado, de tez morena y cara de pocos amigos, aunque bastante alegre una vez se le convencía de las buenas intenciones. Con una voz bastante grave y áspera, habló a ambos:

- Bienvenidos. Me llamo Kahlsu, y soy un comerciante. Podéis pasar la noche aquí con nosotros; mañana nos dirigimos a un campamento mayor que habita en el interior del desierto. Pero os advierto, que mientras habitéis aquí, no podéis acercaros a mis sirvientas.

Con una desdentada sonrisa, levantó una mano para señalar a tres doncellas que atendían diversas labores: una joven viera, de suave piel bronceada y cortas orejas que sacaba agua de un cercano pozo; una hume de corta edad que recogía unos frutos que había por el suelo cercano a la palmera, y una seeq que preparaba una gran olla. Con una gran sonrisa, el moguri agradeció la hospitalidad, y se dirigieron a su tienda.
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El bangaa no podía dormir. Su compañero había salido hacía mucho rato, y no sabía nada de él. Sin preocuparse en exceso, se dio media vuelta dispuesto a conciliar el sueño, cuando unas palabras ahogadas le llegaron: “Kupoo, kupooo, kupooo… ¡Copóooooooooooooooooooooooooooon!”, tras las cuales vino un sonoro golpe y unas enormes risas y gemidos.
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Lo siguiente que el bangaa recordaba era la persecución con el trabuco y la caída por la colina.

- Tenías que acostarte con una sirvienta…-dijo Shalishsask con voz queda y entrecortada. El moguri continuaba sacando arena de su oído, y sólo llegó a captar un “…dido enfermo”- Al menos dime que no fue con la seeq.

Todo el moguri enrojeció de pronto, desde la punta de sus pies hasta la bola que ornaba en su cabeza. “No es mi culpa el que me gusten mayores que yo” dijo con una risa el moguri.

Sin tiempo para risas, un rugido enorme les sacó de su ensimismamiento. Bajo ellos, el gigantesco dinosaurio rugía furioso contra aquellos que violentamente habían aterrizado en su espalda.
Sin tiempo para nada, nuevamente los dos aventureros volvían a correr por el desierto, igual que al principio.

6.

Deonyn, cazador desde los diez años, llevaba el fino y elegante arco atravesado por el hombro y el carcaj de toscas flechas sobre la cintura y una bolsa al hombro que arrastraba pesadamente por la arena, como era lo normal, cargando su preciadísimo botín de pieles de lobo; aquello debía de valer toda una fortuna.

No era atractivo en absoluto, el atractivo que demostró en su juventud se desvaneció por las muchas cicatrices que surcaban su cara, llevaba el negro y oscuro pelo lo más largo que podía, para ocultar su horrible cara, tal vez lo único que tenía medianamente bonito eran unos ojos marrones profundos y opacos. Era muy alto y delgado, de unos veinticinco años más o menos, las manos eran grandes y alargadas, llenas de callos y ampollas, por el continuo manejo del arco, las uñas prácticamente cortadas simétricamente y muy sucias. Iba vestido con unas ligeras ropas del desierto, para no sudar mucho y poder moverse lo más rápido que pudiera, para escapar de las fieras del desierto, ya fueran lobos, tiranos o hienas, daba igual, él los cazaba y vendía, o en el caso más extremo, huía de ellos, tenía un ingenio extraordinario, y una puntería igual de increíble para ser un humano.

Empezó a subir una de las múltiples dunas que lo rodeaban, mientras oteaba el horizonte lo mejor que podía, con una mano en la frente para que el intenso y caluroso sol del desierto no lo cegase. Una pequeña manada de lobos lo esperaba abajo, mientras se comían… algo que no llegó a distinguir. Cargó el arco con una de las múltiples y toscas flechas que llevaba en el carcaj de cuero, mientras apuntaba lo mejor que podía.

-Vamos Deonyn… no puedes fallar…-Se advirtió a sí mismo. La distancia entre él y la manada de lobos era de, por lo menos, cien metros. Eran tres lobos más o menos pequeños, dos más grandes… y uno enorme. Ése debía de ser el macho alfa. Debía de ser su blanco prioritario: Disparó la flecha contra el mortífero animal. El proyectil salió disparado veloz contra el enorme depredador, clavándose en el gran costado, de donde empezó a manar sangre. El lobo levantó la cabeza y los otros con él, con un aullido de dolor, y se lanzó a la carrera contra Deonyn, la camada entera empezó a correr tras el líder.

El cazador volvió a cargar una flecha en el arco, ahora menos de sesenta metros los separaban, volvió a lanzar. La flecha derribó a uno de los lobos pequeños, haciendo que éste, con la flecha clavada en uno de los ojos, tropezase y muriera en la cálida arena. Sólo quedaban cinco lobos más el líder, que estaba terriblemente herido… Cuarenta metros, eran tremendamente rápidos comparados con otros a los que se había enfrentado anteriormente. Cargó otra flecha y disparó otra vez con un zumbido, derribando a otro de los medianos. Cuatro lobos… sólo los separaban treinta metros, le daría tiempo a cargar otra y saldría huyendo…

Otra flecha salió zumbando del arco, derribando así a otro de los pequeños, y echó a correr colina abajo por donde ya había venido, esperando que no lo alcanzasen. Pegó un traspiés y salió rodando colina abajo, mientras los otros animales ya habían llegado encima de la colina y cargaban contra él. Una vez dejó de rodar cargó otra flecha y la disparó, abatiendo a al último de los lobos medianos. Sólo quedaban dos… además uno estaba herido. Los separaban como unos… veinte todavía. Cargó otra flecha y mató al último de los lobos, sólo quedaba el macho alfa.

La enorme criatura se alzaba ante él amenazadora y rugiendo enfurecida, por la muerte de su manada y su herida en el costado. Lanzó un mordisco contra el cazador, que cerró los ojos mientras lanzaba un puñetazo con una flecha entre los dedos índice y corazón, sirviéndole como una pequeña daga. El golpe dio en su blanco, en la garganta del lobo, levantando la cabeza con pasmosa fuerza, aunque la criatura aún vivía, pero perdía sangre muy rápidamente. Murió de forma sangrienta y dolorosa, la sangre del cuello se derramó sobre la cara de Deonyn, con un tacto espeso y cálido, como el del vino.

Su respiración pasó de ser entrecortada a ser más tranquila, al ver que la criatura estaba ya muerta. Miró arriba donde estaba su bolsa con las pieles. Allí estaban, intactas. Respiró aliviado, no le haría ninguna gracia perder aquella mercancía.

Subió colina arriba, ciertamente molesto por la caída que tuvo. Justo cuando llegó arriba, un buitre cogió la bolsa llevándosela a donde estaban comiendo los lobos.

-¡¡Maldito pajarraco!! ¡¡Hijo de puta, devuélveme mis pieles!!-Cargó una flecha en el arco, y disparó, matando al buitre y cayendo entre los cadáveres.-¡Y como siempre, cien puntos!- Echó a correr colina abajo… dando un traspiés de nuevo, rodando y dando volteretas, atropellando a todo lo que se encontraba por delante, pasando por encima de los cuerpos de los lobos y terminando en el llano donde estaban los mugrientos cuerpos. Se empezó a quejar:

-Ay… cre… creo que me he roto algo…-Entonces sacó el arco de debajo de la espalda, que estaba partido en dos. Lanzó los dos pedazos de madera a un lado con gran pena. Levantó la cabeza y vio un cadáver carbonizado en medio de todos los cuerpos de animales que estaban allí tirado.-A saber quién fue el animal que organizo esa masacre…- Reconoció que el cuerpo carbonizado era de un hombre, bípode… un Bangaa a juzgar por la cola. Otra muerte en el desierto, nada nuevo. Y sin darle más importancia, echó a andar hacia la ciudad más próxima, al fin y al cabo… todos los caminos llevan a Arcadis.

5.

La tierra retumbó a los pies de todos, y una gran explosión hizo saltar una puerta del almacén. El fuego aumentó la temperatura del aire que rodeaba el edificio, y varias personas salieron corriendo despavoridas, asustadas por la aparición de las flamas, e incluso hubo gente que abandonó los edificios cercanos para ver el origen del inmenso ruido. Incluso de construcciones lejanas, como la taberna, salió una multitud dispuesta a ver qué ocurría.

Una hilera de seres encapuchados apartó a la reunión de personas que se agolpaban en la puerta, mientras que una joven mujer se escabullía entre el bullicio para dirigirse a un cristal naranja situado frente a la Pradera de Giza. Corriendo, tocó la anaranjada superficie y desapareció.

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Barragen levantó la vista del polvoriento suelo de las ruinas. A su alrededor, en la misma estancia, se encontraban dos seeqs que habían perdido una considerable masa corporal debido al hambre y a los indiscriminados azotes realizados con lamias- terribles látigos anillados que arrancaban la carne y provocaban un sufrimiento atroz- por parte de los soldados imperiales. El hombre miró sus manos, sucias y cubiertas de tierra pegada con el sudor del desierto, y se decidió a ir a un pequeño pozo que se encontraba en el centro de una plaza. El agua llegaba a un nivel bastante alto, y el hombre pudo mirarse en el reflejo que le proporcionaba el extrañamente cristalino líquido.
Tenía un aspecto bastante descuidado: el pelo se encontraba largo, enredado y lleno de mugre, unido a una barba también manchada de suciedad y vómito ocasionado por las cosas que debían comer para sobrevivir en aquella prisión. Apartando el pelo que le caía sobre los ojos, vio que su mirada estaba vacía, y sus azulados iris no transmitían ningún impulso de vida. Su nariz era redondeada, pero no pecaba de ser descomunal ni achatada, ni estaba aplastada contra la cara. La gran espesura de pelo que se acumulaba bajo ella tapaba una boca amplia, mientras que una gran herida surcaba la mejilla derecha; ocasionalmente, esta herida se abría y sangraba, especialmente cuando ejecutaba un movimiento brusco o recibía algo más fuerte que una caricia. Y las caricias no eran algo que abundara en la prisión: era una pelea contra otro hume y un seeq bastante apestoso la causa de la herida. Su cara estaba manchada, y cubierta de polvo y heces de seeq, producto del ser que peleó con él.
Barragen quería lavarse con esa agua y quitarse el olor a excremento, pero su cuello sería colgado del primer arco de portalón que encontrarán los presos si ensuciaba el agua que les mantenía con vida. Además, la peste era disimulada por los otros aromas sutiles que encerraba la mazmorra: sangre, putrefacción de cadáveres, esencia de molbol para experimentos imperiales…
Su cuerpo comenzaba a mostrar los signos de los pulverizados huesos, que empezaban a marcarse bajo una piel exenta de músculos: estaba famélico, debido a las continuas peleas en busca de sobrevivir, las eventuales luchas que organizaban los soldados para divertirse, y la falta de una nutrición adecuada. Mientras tanto, sus ropas comenzaban a desteñirse más allá del tono marrón arenoso que habían adquirido, y a rasgarse con asombrosa rapidez.
Pero, aunque su cuerpo continuaba demacrándose con el tiempo, su mente permanecía intacta. Y con su mente, su alma.

Un bangaa se acercó a él.
- Ven, Coldberg. Han venido unossss nuevossss amigossss - dijo el bangaa- Ven, quizássss te interessse ver a la amiga que va con ellossss: una viera.
- ¿Una viera? ¡Nunca habían traído una!

Barragen estaba emocionado. Hasta ahora, las pocas vieras que había visto habían desaparecido casi repentinamente de su vista, y ahora tenía la oportunidad de ver una de cerca. Según había oído, las vieras poseían “dotes naturales” que resultaban muy interesantes.
Siguió al bangaa de rojiza piel. Medía dos metros y un palmo, y presentaba una fuerte constitución musculosa provista de unas escamas que le protegían. Sus ropas, en contraste con los brillos de su piel de reptil, era de un color verdoso, cubriendo la parte inferior de su cuerpo, mientras una banda atravesaba su pecho en una franja de un azul oscuro.
Avanzaron hasta unos amplios corredores cubiertos por completo de guardias armados. Entonces, la vio. Era una bella viera, de sinuosos ondulados en su cabellera blanca. Cubriendo su cuerpo estaba una negra armadura, que dejaba al descubierto su vientre. Lo más destacable de ella eran sus dos graciosas orejas de liebre: eran de pelaje blanco en la base, y a medida que ascendían se convertían en oscuras hasta llegar al negro azabache. Portaba un curioso arco, que sin duda no había sido confiscado debido al atractivo de la portadora. Junto a ella, se encontraban un jovencito rubio bastante delgado y un tipo alto y estirado que vestía con buena planta. Mientras que el chico rubicundo llevaba una espada, el tipo de largas patillas sostenía en su mano una pistola.
Iban ocultos en las columnas, agachados: buscaban las sombras y los puntos ciegos de la visión para pasar desapercibidos. Planeaban huir.

- Acabo de tener una idea, reptil. Una idea para salir de aquí –anunció feliz el hume que observaba la escena, sonriendo por primera vez en varios años.
- Cuéntame tu idea, Coldberg… ¡Pero deja de llamarme reptil!- dijo enfurecido sacando la lengua y agitándola como si fuera una serpiente. Tras esto, ambos estallaron en una carcajada, y comenzaron a cuchichear.
La compañía de tres personas había desaparecido por una gran puerta.

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El preso se acercó corriendo a un soldado, y sin mediar palabra golpeó el casco del mismo. Después, comenzó a correr en dirección opuesta, como si todo aquello no fuera más que un juego. El soldado comenzó a perseguirle, sin desenvainar la inmensa espada que colgaba de su espalda, y dobló una esquina en dirección a la estrecha callejuela donde el preso había entrado.

Al girar en dirección derecha, el soldado chocó con varios centenares de músculo y escamas, y un fuerte abrazo lo elevo hasta unos ojos bastante enfadados y una lengua que se movía velozmente.

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Un bangaa, atado de manos y con grilletes en los pies, se acercaba acompañado de un soldado de gran envergadura y espada hasta una puerta de colosales dimensiones. Apostados delante de la misma, se encontraban dos soldados cubiertos por unas brillantes armaduras metálicas. Uno de ellos avanzó un paso y habló, levantando ligeramente la visera del casco para permitir una audición clara:
- Alto. Motivo del paso.
- Llevo este preso a Rabanasta. Una vez allí, será entregado a los soldados pertinentes y puesto en libertad bajo una fuerte sanción. El prisionero es el número 17398, detenido por un altercado con los miembros de un clan selecto conocido como “Alas rojas”.
- Está bien, puedes pasar.

La puerta de madera se abrió, dejando entrar una gran ráfaga de luz que cegó momentáneamente a todo aquel situado en ese pasillo. Fuera, las arenas del desierto se movían bajo una leve brisa que otorgaba frescura a la aridez del desierto, mientras que a lo lejos se veían unas cuantas montañas y una gran tormenta de arena que parecía estancada en un mismo punto. El prisionero y su carcelero avanzaron unos pasos hacia el exterior, cuando un grito mezclado con un furioso siseo invadió el aire, ahora viciado con un calor aun más insoportable y el penetrante olor a carne quemada. El bangaa cayó de rodillas al suelo, mientras toda su espalda y el lado derecho de su cara quedaban ennegrecidos y calcinados. La sangre comenzó a brotar del ser herido, y el soldado que lo acompañaba se giró, furibundo, para ver como el soldado aun mantenía un brazo en alza, sujeto en el codo por el brazo izquierdo, mientras que de su mano salía un pequeño vaporcillo blanco, residuo de un hechizo ígneo. Riendo, dijo con una voz bastante profunda y grave:

- Al menos, que aprenda la lección de forma que no vuelva a cometer perjurios contra el Imperio. Ahora llévatelo de aquí, arrójalo cerca del cristal y que llegue el solito.

Enfurecido, y sin poder dejar de mirar al soldado que lanzó el hechizo, la otra armadura recogió al herido ser y, pasando un brazo bajo el poderoso hombro, cargó con él mientras marchaba lo más deprisa que podía, intentando controlarse para no lanzarse contra el despreciable guerrero. Bajando la pequeña colina, se adentraron en las finas arenas.

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Arrastrando las piernas del bangaa herido, Barragen volvió a auparle sobre sus hombros y avanzó un poco más en dirección al cristal ambarino que tenían enfrente. Comenzó a rebuscar dentro de su coraza, hasta que encontró una pequeña bolsita de cuero. En su interior, se encontraba un buen pellizco de dinero, un pequeño pergamino enrollado, unas escamas doradas con brillos azulados y tres pequeñas piedrecillas que resplandecían en un misterioso brillo, aumentado progresivamente a medida que se aproximaba a su destino. Comenzó a dar ánimos a su compañero a la vez que se quitaba el casco y lo lanzaba contra un cactus, que comenzó a huir despavorido en una carrera que se asemejaba a un baile.

- Venga, compañero. Tienes que aguantar, maldito reptil – dijo el hume, haciendo un último esfuerzo por llegar. Había perdido mucha fuerza, y el hombre lagarto pesaba bastante más que un hume normal – En cuanto lleguemos, acudiremos a una posada, y te tomarás unas cuantas pociones. Enseguida te curarás.
- Déjalo, camarada – dijo entre estertores la voz silbante – Ya no me queda… Coff, coff… Ya no me queda mucho tiempo. Ha sssido un verdadero placer haber trabajado contigo. Cuídate mucho, y llévate essste colgante – anunció arrancando de su cuello un trozo de cuerda con una gema tallada en forma de diente de color verdoso oscuro, mientras sus labios comenzaban a escupir sangre a un ritmo lento.

Tras esto, un grito surcó las dunas, arrasó con el viento y asustó a una pequeña colonia de floridos cactus, que comenzaron a bailar nerviosos. Los lobos del desierto y los buitres comenzaron a acercarse al gigantesco ámbar, dispuestos a darse un festín.

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Los cuerpos de los lobos y las plumas de los buitres llenaban el suelo arenoso, mientras este cubría todo en un suave viento que crecía. Junto al anaranjado cristal, el cuerpo de un bangaa era inspeccionado por una joven de 19 años.

- Así que Shakejrolhom ha caído… Supongo que no pudo defenderse de su atacante; es una pena que haya caído un guerrero tan valioso y que habría servido tan bien. Bueno, “el muerto al hoyo…”

Extendiendo un brazo, este brilló con un aura carmesí y el cuerpo, instantáneamente, comenzó a prenderse. En unos minutos, todo el cuerpo estaba cubierto de un intenso fuego que devoraba la carne y crepitaba en una incesante danza de destrucción, mientras la rubia figura observaba las llamas al tiempo que comenzaba a sonreír.

- Visto lo visto, es hora de que los “cazadores” encuentren a su “presa”… Voy a buscarte, Barragen Coldberg.