domingo, 14 de septiembre de 2008

11.

El estruendo llamó la atención de todos los guardias presentes en la entrada de la ciudad, así como de gran parte de los mercaderes, viajeros y curiosos. Los rateros aprovecharon la ocasión para birlar todo aquello que vieron descuidado. Fue en ese momento cuando una figura aprovechó para adentrarse en la ciudad de Rabanasta. Su piel de color verde oscuro estaba ajada por el sol y la intemperie, con algunas cicatrices. Vestía una túnica, que sujetaba con su mano izquierda, callosa, con un par de uñas rotas y las escamas medio secas.
Se adentró en las calles de la capital mientras el sol del mediodía se alzaba en el firmamento, entre el bullicio del mercado. Su gran corpulencia le hacía destacar, pero su depauperado aspecto disuadía a los curiosos: No aparentaba tener dinero con el que comprar, bienes que robar... Solo respuestas a preguntas que era más sensato no hacer. Algunas patrullas se fijaron en él, pero dado su deplorable aspecto no lo consideraron una amenaza. Ellos estaban para mantener a la población local bajo control, no para registrar apestosos vagabundos.
Algunos incluso se acercaron con animo de decir algo, pero una tos gorgojeante fue suficiente para disuadirlos. Ya les toca guardar una ciudad ocupada, con miradas de desconfianza y la continua paranoia por los grupos de resistencia clandestinos, y sus métodos despiadados de dar ejemplo. Solo faltaría contagiarse de algo raro de un indigente bangaa.

A lo largo de los pasillos del mercado subterráneo, el viajero se abrió paso entre gente de aspecto sospechoso y desagradable, que lo empujaban con desprecio al pasar. Tragándose su orgullo, agachó la cabeza y prosiguió con su camino en todas esas ocasiones, incapaz de permitirse arriesgarlo todo ahora que estaba tan cerca del final. En condiciones normales, esos niñatos, mafiosillos de tres al cuarto, habrían mordido el polvo de paso que aprendían a comportarse, pero esta vez no. Agotado y deshidratado, no le quedaba otra alternativa que dejarlo pasar.



Drenz apenas levantó la mirada mientras mascullaba un breve saludo cuando oyó el sonido de las hileras de trozos de caña hueca, que cubrían la puerta de la entrada y resonaban cada vez que llegaba un nuevo cliente. Su hermana habría saludado de forma mucho más entusiasta, pero él ahora mismo prefería estar dando una vuelta con sus amigos por el bazar. A sus quince años le molestaba enormemente tener que trabajar en la tienda de bisutería de su familia, sobre todo ahora que había encontrado una forma de peinarse y de llevar la chaqueta que le favorecía, y había logrado al fin que Bredia, la hija del panadero, se fijase en él. Al ver el aspecto del recién llegado, su primera reacción fue intentar echarlo.

- No. No te vamos a dar nada, estamos tan faltos de dinero como tú. Estas invasiones son malas para el negocio.
- Agua... – Insistió el vagabundo.
- ¡Vete antes de que llamemos a los soldados! – Insistió el chaval.
- Mira, rubito... – Dijo el bangaa, descubriendo su rostro, y al verlo, los ojos de Drenz se abrieron como platos. – Te enseñé a respetar a los mayores en su momento, pero me parece que vas a necesitar un buen repaso.
- ¡Hreego! ¿Eres tu de verdad?
- Sse máss silenciosso, o lass cosass se van a poner difíciles. – Dijo instándole a calmarse, mientras la hermana mayor, con el pelo un poco más oscuro que el de su hermano, y los ojos más claros y vivaces, aparecía por la puerta de la trastienda, preocupada.
- ¿Qué pasa? ¡Hreego! Pasa, rápido. ¡Antes de que te vean!
- Graciass, Trieva. – Sonrió mientras le revolvía el pelo. - ¡Que mayor te hass hecho!
- Hay comida y agua en la trastienda, y seguro que podré encontrar algo limpio para que te vistas. También puedes asearte, si quieres.
- Perfecto, hablaremoss entonces...



Cuando el bangaa marchó, los hermanos no pudieron evitar comentar lo demacrado que estaba. A pesar de ser adulto, su piel ya empezaba a tornarse seca y quebradiza, probablemente por la deshidratación y las vicisitudes a las que se ha visto sometido. Trieva y Drenz se habían criado junto a Hreego, como si fuese una especie de tío favorito. Era uno de los compañeros de su padre, Fjoran, uno de los mayores ladrones de la ciudad de Rabanasta. Aunque siempre habían intentado evitar la violencia, la presencia de Hreego en el grupo era como un seguro de vida para deshacerse de forma rápida de los guardias. El tercer miembro de la cuadrilla era Valare. Una viera especialista en asegurar el éxito de sus felonías por medio de la magia. Normalmente robaban metales preciosos que fundían para que Fjolin, hermano pequeño de Fjoran, fabricase los productos que vendía en esta tienda. El problema es que cinco años atrás, algo salió mal y fueron todos capturados, y enviados a las mazmorras de la fortaleza de Nalbina, con lo que nadie esperaba volver a verlos con vida nunca más.
Cuando Hreego salió del aseo, con ropas limpias que había ido Drenz a comprar mientras, fue cuando se sentó ante los hermanos, que lo miraban fijamente sin atreverse a hacer fatídica pregunta.

- Ssi. Vuesstro padre esstá vivo. – Drenz se permitió un amplio suspiro de alivio, pero Trieva mantuvo la compostura. Era cuatro años mayor que su hermano, y mucho más responsable, al verse obligada a cuidar de él con la única ayuda del tío de ambos, que actualmente estaba de viaje en Bhujerba. – Pero sigue prisionero en Nalbina.
- ¡Tenemos que sacarlo de ahí! – Exclamó decidida Trieva, anticipándose a su hermano, que no tardó en apoyarla.
- Creíamos que nunca os volveríamos a ver... – Dijo Drenz, que siempre había sido el favorito de Hreego, por ser pendenciero y arrojado.
- Hay un problema. – Interrumpió el bangaa. – No podemos ir tan pronto. Yo esstoy agotado y vossotros no sobreviviríaiss en un lugar assí. – Comentó tajante, enfriando sus entusiasmos con la dura realidad. – No puede sabersse que me he fugado y esstoy en la ciudad o reforzarán la ley marcial y la vigilancia de Nalbina.
- Es cierto... – Dijo Trieva. Drenz apoyaba ahora mismo su espada corta sobre la mesa. No la había usado más que para practicar solo desde que su padre fue hecho prisionero.
- ¿Y Valare? – Preguntó el adolescente, acordándose de la tercera integrante del grupo de su padre.
- Esso irá después de que vuesstro padre sea liberado: Encontrar a Valare.
- ¿No está en Nalbina? – Inquirió Trieva sorprendida.
- Nunca llegó a entrar. – Sentenció Hreego. Todo estaba dicho al respecto.

Pasaron el resto de la noche, hasta tarde, poniéndose al día. Aunque a los hermanos les dolía oír las penurias que tenía que aguantar su padre, les alegraba saber que seguía con vida, y dentro de lo posible, estaba bien. Al día siguiente, cuando el bangaa hubiese descansado, empezarían a moverse.

1 comentario:

Astaroth dijo...

Nada que objetar. Llevas bastante bien a tus personajes, y por lo pronto parece que la historia cumplirá con su objetivo.

Me pica la curiosidad ver qué se cuece con Valare, porque tiene pinta de ser algo que nos sorprenderá.